Día 8 de la Novena


Gloria cantan en el cielo

Gloria cantan en el cielo
al niño que nació en Belén
y el eco de valle en valle
repite una y otra vez.

¡Gloria!
A Dios en el cielo. (bis)

Hoy nosotros repetimos
todos juntos el cantar
que los cielos entonaron
a la entrada del portal.

¡Gloria!
A Dios en el cielo. (bis)

Adoremos al Dios niño
que nos trajo salvación:
y pidámosle su gracia
cantando todos a una voz.

¡Gloria! 
A Dios en el cielo. (bis)

Cristianos, en este día 
entonemos con amor
nuestro canto de alegría
como los ángeles de Dios.


Oración Inicial 

¡Oh, Divino Niño Jesús! Confiando en tu infinito amor por nosotros, queremos hacer esta novena para presentarte con sencillez nuestra alegría y cariño.

Cuando vivías entre los hombres, conversabas con tu Padre Celestial con confianza y gratitud. Así queremos que sea nuestra oración, especialmente en estos días en que haremos memoria de tu Nacimiento.

Amén


Lectura: 

Lucas 2, 25-35

Reflexión

No importa en qué momento de la vida nos encontramos: si somos niños, jóvenes o estamos hacia el final de nuestra vida. Siempre podremos reconocerle a Él. Jesús nos dejó muchas maneras para estar con Él, vino para que estemos con Él. Y como Simeón ¿podremos reconocerlo? ¡Claro que sí! Lo encontramos en el Evangelio, donde podemos conocerlo, en la Eucaristía, donde podemos reencontrarnos con Él y con la comunidad y en la oración, donde podemos hablar con Él como un amigo habla con su amigo o amiga. Jesús siempre cumple sus promesas y está con nosotros cada día para siempre.

Propósito de estos días

Cada día recordaremos la promesa de Jesús de estar con nosotros todos los días que caminemos en esta tierra. Aún en los momentos más duros, creamos en su promesa y glorifiquémosle, porque nos ha permitido conocerle.


Soliloquio: La comadrona

¿Por qué han venido a llamarme, en mitad de la noche, si no tenían necesidad de mí? El viejo llega, llama a la puerta como si quisiera derribarla, suplica, me hace salir de la cama caliente, y me cuenta que su mujer está a punto de dar a luz y que no tiene a nadie para asistirla. Yo, ingenua, me dejo persuadir, y lo sigo. Creía que estaba en casa de parientes, o por lo menos en la posada. En cambio, me lleva a un establo fuera del pueblo, alejado, medio derrumbado. Se detiene y dice: es aquí. Yo no quería ni entrar, porque no estoy acostumbrada a poner los pies en los establos. Todas mis clientes son señoras, las mejores señoras de Belén. Y esta señora que se aloja en un establo debe ser una desgraciada, una huida, tal vez una pecadora que se esconde.

A pesar de todo, me llené de valor y entré. Ahora ya había llegado hasta allí y tal vez consiguiera un pago, aunque el viejo no tuviera el aspecto de ser una persona adinerada. Pero cuando ya estoy dentro, ¿qué veo? A la madre toda tranquila y plácida, sentada cerca del pesebre, como si nada hubiese ocurrido. Y allí dentro, en el heno, un hermoso niño que mira a los ojos y que ilumina toda la habitación.

Y entonces, digo yo, ¿qué sorpresas son éstas? ¿Por qué me han arrancado de casa, donde soñaba tan bien, si todo se ha terminado?

Ellos, el hombre y la mujer se miran y no me contestan. Finalmente consigo saber que aquella joven ha tenido un parto sin dolor. Sin trabajo y sola, sin la ayuda de nadie, mientras el viejo me buscaba. No he podido contener la rabia y me he desahogado con los dos cuanto me ha parecido.

Pero la mujer estaba completamente encantada con el niño, y el niño parecía que me sonriera, como si quisiera calmarme. El viejo ha intentado ponerme en la mano algunas monedas, pero yo no he querido nada y he salido de allí dando un portazo.

Aquellas nos son personas como las otras, y yo no quiero ni tocar su dinero. Puedo equivocarme, pero ahí hay algo de brujería. Nunca se ha oído decir que una mujer tuviera un parto de ese modo, sin dolores y sin ayuda. ¡Y ese hijo que mira a la gente como un hombre!

Y luego, ¡hacerme levantar a esta hora con este viento helado, y para llegar y encontrarme que todo está hecho! Mañana, apenas se haga de día, quiero explicárselo todo al centurión. Dejaré de ser quien soy si mañana no los echa de Belén, ¡vagabundos ignorantes!


Arrurrú

Arrurú, arrurú,
duérmete, niño Jesús.

Señora doña María,
aquí le traigo a mi hijito (bis)
pa' que le mezca la cuna
cuando llore su niñito.

Arrurú, arrurú,
duérmete, niño Jesús.

Juan Manuel se llamará,
de apellido Echeverría (bis)
para cuando usted lo llame,
señora doña María.

Arrurú, arrurú,
duérmete, niño Jesús.

Señora doña María,
deje acercarme un poquito (bis)
y sin despertar al niño,
besarle los piececitos.

Arrurú, arrurú,
duérmete, niño Jesús. 


Oración Final

Querido Niño Jesús, por ti conocimos el amor del Padre, porque Tú le tendiste la mano a quien nadie más veía. Hoy te presentamos nuestras propias necesidades y las de nuestros seres queridos. 

Confiamos nuestra oración también a María, Madre tuya y también nuestra, para que, como Ella, nos des fortaleza para aceptar y hacer siempre tu voluntad.

Amén


A las doce de la noche

A las doce de la noche
todos los gallos cantaron
y en su canto anunciaron
que el niño Jesús nació.

Ay, sí, ay, no, al niño lo quiero yo.

En el portal de Belén
hacían fuego los pastores
para calentar al niño
que nació entre las flores.

Señora doña María,
aquí le traigo estas peras,
aunque no están muy maduras,
pero cocidas son buenas.

A las doce de la noche
Un gallo me despertó
con su canto tan alegre
cantando Cristo nació.


Muy de mañana

Muy de mañana María abandonó Nazaret,
un trotecillo contento la llevara a Isabel.
Nadie en el mundo sabía que ya llegó nuestro bien,
que un borriquito traía al que esperaba Israel.

Por los caminos del alba, amanecer de abril,
blandas orejas al viento y un caminar feliz.
// Dime porqué caminas así, tú, borriquito gris?
Porque jamás tuve un peso tan dulce sobre mi.//

Un pensamiento de cielo, ojos que miran sin ver,
guarda un tesoro María, en sus entrañas de miel.
¡Que silenciosa va el arca hecha de rosa y clavel!
Dentro sonríe escondido el que espera Israel.